Han pasado 13 años y aún siento vergüenza e indignación cada vez que paso por la calle Don Remondo, lugar en que unos pistoleros acabaron con la vida de un joven matrimonio sevillano cuyo pecado aún no alcanzo a entender.

Hay hechos y experiencias que marcan a las personas para toda la vida, de manera que con los años todos recordamos dónde estábamos o qué hacíamos cuando ese suceso tuvo lugar. El ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York, campeones del Mundo de fútbol merced a un gol de Iniesta en una final agónica... y, para mí, el asesinato de Alberto Jiménez-Becerril y Ascensión García Ortiz.

Parece que fue ayer cuando llegué aquella mañana a primera hora al colegio Menéndez Pelayo, en Tomares. La señorita de Francés, Adriana Criado, aparecía por la puerta, suponíamos todos que para enseñarnos la lengua de Baudelaire, Víctor Hugo y demás escritores 'gabachos', pero la realidad fue otra bien distinta.

No puedo hablar por la sensación vivida por el resto de mis entonces compañeros, niños de entre 13 y 14 años, que compartieron conmigo la experiencia de saber que la barbarie terrorista también llegaba a Sevilla. Sólo puedo hablar por mí, aunque puedo imaginar que yo no sería el único impresionado y dolido por aquella terrible noticia que, ironías del destino o maldita gracia de los cobardes del tiro en la nuca, coincidía con el Día Mundial de la Paz.

La rabia y el dolor contenido por la pérdida de Alberto y Ascen, tan desconocidos para mí como inocentes para todos los que creían y creen en la Democracia y la Justicia, supuso para nosotros una buena dosis de la realidad que hasta entonces sólo se circunscribía al País Vasco. Y mientras íbamos siendo conscientes de esa nueva realidad, poco a poco nos hacíamos a la idea de otra más dura que jamás quisiera conocer: la de tres niños de cuatro, siete y ocho años que jamás volverían a ver a sus padres.

Han pasado 13 años y esos niños han crecido. Ya no son niños, pero seguirán siendo huérfanos a pesar de contar con el cariño del pueblo sevillano, que es sabio y sabe quiénes son los buenos y quiénes son los canallas.

Por eso escribo estas líneas: porque sé que no soy el único que mantiene vivo su recuerdo y su reconocimiento. Porque sólo mueren los olvidados, y nadie olvida a Alberto y Ascen. Porque cada vez que hablan de negociación, tregua, alto el fuego y demás pamplinas recuerdo el 30 de enero de 1998. Porque para bien o para mal, lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad, y porque la memoria de Alberto, Ascen y el resto de víctimas de ETA no puede ser pisoteada por amnistías ni perdones con fines políticos. Ese camino que sólo contemplan los sinvergüenzas.

4 comentarios:

deTomares dijo...

Me confirmo en tus palabras

Nuevas Generaciones Tomares dijo...

Totalmente de acuerdo con todo lo que dices. Desde Nuevas Generaciones de Tomares nos apuntamos este blog para seguirte.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Uffff... impresionante! La carne de gallina! :S

Anónimo dijo...

Cuando dices el camino que solo siguen los sinverguenzas imagino que te refieres al PP y al PSOE, o la memoria es tan fragil que nadie recuerda que Aznar intento negociar.No le pongas tantas medallitas a tu partido que tiene que callar y yo lo he sufrido no por experiencias lejanas si no directamente, asi que referente a eso ni uno ni otro NUNCA NEGOCIAR CON ASESINOS ni permitir que utilicen el dolor de las familias para encumbrarse políticamente. No teneis ni idea.